Frente a mí el inmenso azul del cielo, infinito, hermoso, profundo y resplandeciente cielo. En mis manos sentía el cosquilleo del césped sobre el cual yo yacía, el perfume de las flores mezcladas con el aroma de la tierra mojada me embriagaban, sumiéndome en un éxtasis absoluto. Mi calma finalizo cuando en el cielo enormes nubes de tormenta apagaron al sol, logrando así, que me hundiera en la oscuridad y a lo lejos, muy a lo lejos, se oía un penetrante pitido, intermitente e insufrible, que aumentaba progresivamente hasta sentirlo dentro de mí, era de mí de donde provenía aquel estremecedor sonido.
Entonces abrí mis ojos y allí estaba en mi pequeña habitación, arroje el despertador hacia una esquina llena de ropa sucia y allí entre el desorden murió su infernal llamado. Las tres de la tarde marcaba mi teléfono, podría seguir en la cama pensé, tal vez si volvía a dormir retornaría a aquel hermosos paraje, pero mi cuerpo pedía a gritos algo de verticalidad. Me levante de la cama y al pararme sentí como si miles de luces se prendieran ante mis ojos dejándome momentáneamente en un estado de ceguera, que se desvaneció rápidamente. Me dirigí hacia la puerta pateando a mi paso, toda la basura que había en el suelo, desde cajas de cartón hasta zapatos. Una vez fuera de la habitación me dirigí al baño, allí me plante ante el espejo para así observar detenidamente el caos en mi rostro, pequeñas líneas rojas surcaban la mitad derecha de el, en un destello de locura pensé si marcarían el camino de regreso a aquel lugar, pero no, solo eran el remanente de horas y horas de sueño. Allí en la soledad del baño me pregunte ¿ahora qué?, podría ir a la cocina a comer algo, podría, pero sabía que no lo iba a hacer, m e dirigí hacia el sillón y prendí la televisión.
Podía pasar horas eternas en el limbo del entretenimiento barato, pero ¿estaba yo ahí?, mi mente vagaba entre el mundo de la imagen y el color, entre los anuncios y los carteles de colores, entre los cero kilómetros y los perfumes.
Mire por la ventana, solo un edificio y allá arriba en la esquina superior derecha un pequeño jirón de cielo. Me permití soñar con salir volando y fundirme con el azul, ser parte de todo y ser la nada, que me permitiera viajar, ser luz surcando el infinito o ser una palabra que viaje de boca en boca incendiando el alma de quien me pronunciara. Entonces una luz se prendió dentro de mi pecho, una pequeña luz como la de un árbol de navidad. Y pensé en salir, en correr.
Me vestí con lo primero que encontré a mi paso y salí de casa. En la calle vi el mundo como nunca antes lo había visto, las personas eran grises sin colores, eran marionetas y de sus extremidades salían hilos casi invisibles que subían hacia el infinito. Camine entre ellos como tantas veces antes lo había hecho, sentía la opresión en el pecho, y el dolor en mis manos de las cuales colgaban rotos hilos finos como cabellos, algunos seguían tirantes y me hacían lento el caminar, pero corrí, grite y corrí, poniendo espacio entre mi pasado y yo, corrí hasta que la presión que antes sentía en mi cuerpo desapareció cuando todos los hilos fueron cortados. Seguí corriendo cada vez más rápido, hasta que remonte vuelo y por fin me fundí con el azul del cielo.
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