Paranoia final
Al abrir los ojos, un rayo de luz me encegueció, no sabía hacia donde me dirigía, mis ojos se acostumbraron a la luz y me percate, de donde estaba. Estaba de cara a la ventana, con la frente apoyada en el cristal helado. Inevitablemente había caído bajo el sopor de la gris mañana de invierno. El autobús estaba repleto, a mi alrededor, tensas y tristes miradas se entrecruzaban, transmitiendo mensajes ahogados por la represión, eran épocas duras aquellas; el miedo era la moneda corriente y la clandestinidad el desahogo de las almas en pena, almas como la mía, que pululan por las oscuras calles de la capital, escapando a la fatalidad. Y allí estaba yo, en aquel autobús destino a la parte antigua de la ciudad, no lograba recordar el motivo de mi viaje, en mi solo actuaba el instinto, sabía que tenía que escapar pero ¿de qué?
Por la ventana veía a los transeúntes pasar, serios, cabizbajos, moviéndose frenéticamente como hormigas de un lado a otro, siguiendo las órdenes de una reina invisible, tal vez solo era yo, pero el mundo se me antojo más gris. Y entre las personas estaba el, un hombre alto con un impecable traje negro que me veía fijamente, el autobús retomo su marcha, y yo continúe mi camino ahora con la extraña sensación de que estaba más cerca del fin. Última parada grito el conductor, ya era hora de bajar, tome mi maleta y baje, el aire estaba helado tanto que parecía cortar la piel. La calle adoquinada desembocaba en el puerto, se veía el mar y el humo de los barcos, en la esquina estaba la pensión, mi destino final. Que magnifica edificación pensé, ya en ruinas estaba, pero aun entre la mugre se podía ver el antiguo esplendor, perdido en la crisis. Al entrar me aborda un extraña mujer, ya mayor pero con un extraño vigor que la hacía ver amenazante. Le pedí una habitación, ella me miro por encima de sus gafas, inspeccionándome, me queda una, la 7 en el tercer piso, la comida es a las 9 pero me parece que no va a estar mucho tiempo por acá. Dicho eso se dio media vuelta y despareció tras la puerta de la cocina. Subiendo a la habitación, me pareció que la pensión tenía vida propia, a cada paso que daba sentía voces provenientes de las habitaciones, risas y gritos, que parecían no callar, y de fondo, una incesante música que no podría sacar más de mi cabeza.
Entre en la habitación y cerré la puerta tras de mí, era pequeña; una cama y un escritorio de cara a una ventana, nada mas necesitaba, solo ese pequeño cubículo donde refugiarme y terminar con lo que venía a hacer. Debía escribir era mi destino, antes de que me encontraran de nuevo y tuviera que volver a escapar, ¿pero qué?, ¿qué era lo que tenía que escribir?, no podía recordarlo, una niebla espesa invadió mi mente, dejando en mi solo los instintos, ya ni sabia quien era yo. De un lado a otro iba, como un león enjaulado, intentando buscar en mí, una respuesta. Lo único que podía recordar era aquel hombre, de traje negro que me veía y parecía reír. Me tumbe en la cama y al cerrar los ojos, estaba en una larga y angosta calle, una luz purpurea lo cubría todo dándole un aire irreal. Sentía una mirada clavada en mi, que paralizaba mi cuerpo, intente correr lo más rápido que me permitieran mis piernas ,pero una fuerza invisible oponía resistencia, logre llegar al portal de una casa y me decidí a entrar buscando refugio. Pasado el zaguán me encontré en un enorme salón abarrotado de gente enmascarada y vestida en sus mejores galas. Todos posaron su mirada en mí, petrificándome, posteriormente la habitación comenzó a girar en torno a mí, las personas allí presentes tan solo eran una sombra difusa, lo único que lograba distinguir era esa risa incesante, que se fundía con la música que parecía no tener fin. Desperté repentinamente con el sudor resbalando por mi rostro, necesitaba tomar aire. Baje al salón y allí vi a un anciano de larga barba sentado junto al fuego, me veía fijamente y decidí acercarme me senté en una butaca junto a la suya, posó sus ojos nuevamente en mi y dijo; ¿vos también estas escapando?, a lo que respondí; en estos tiempos, ¿Quién no está escapando? Yo no estaría tan confiado replico y no hablaría antes de pensar, porque hay oídos en todas partes y muchas bocas dispuestas a vender, los secretos ajenos. Sus penetrantes ojos claros me hicieron estremecer, ¿qué sabia ese hombre que lo hacía hablar así?. No sé de qué me habla señor le dije, me pare rápidamente y Salí de allí. Aun sentía su mirada taladrando mi nuca, él sabía algo que yo no, no sé qué, pero algo sabia, me iban a encontrar, tenía que salir. Subí rápidamente a mi habitación, al entrar percibí una sutil diferencia, el broche de mi maleta estaba abierto y dentro de ella habían objetos que no logre reconocer, los papeles que antes estaban en blanco ahora estaban llenos de extraños dibujos como planos de maquinas desconocidas y arboles de ramas entramadas formando patrones irregulares, que no lograba comprender. A pesar de la confusión, junte mis cosas y me precipité de la pensión.
Recorrí las angostas calles de la capital buscando un refugio, pero me era imposible ya que la niebla no me permitía ver más allá de unos metros de distancia, lo único que distinguía eran voces y el repiquetear de mis zapatos en los adoquines. Extraño paisaje aquel, pensé, los lúgubres rincones evocaron en mí la música de Piazzolla, muisca que no podía sacar de mi cabeza desde que llegue a la pensión. La luz de las farolas, los hombres en gabardina, el sonido del viento, todo parecía formar parte de una canción que aumentaba su ritmo al compas de mis pasos.
En mi interminable recorrido por aquellos entramados pasadizos, en busca de un lugar seguro donde descansar, me encontré con un heraldo del destino. Una anciana, demacrada por el paso de los años, percutida por la mala vida, que se hallaba sentada en el suelo descalza y falta de abrigo. Me acerque a ella siguiendo un impulso irrefrenable, y me hinque para poder hablarle. Qué hace usted en el suelo, le pregunte, a lo que ella respondió con una gran sonrisa, estoy esperando el fin de mis días al igual que usted. Mi mirada debió de reflejar lo extraña que me pareció su respuesta, ya que ella ensancho su sonrisa y me dijo; no se asuste ya encontrara su lugar en el mundo, ahora se tiene que marchar ya es casi la hora. Tal presagio de un evento aun desconocido para mí, me helo la sangre, una parte de mi mente me decía que debía correr y otra parte que tenía que esperar. Mire mi reloj, era casi medianoche, cuando volví a alzar la mirada aquella mujer ya no estaba, ahora si lo sabía, debía correr.
Intente cruzar la calle pero una luz me encandilo y mi cuerpo se estremeció como si una corriente eléctrica lo atravesara, seguí caminando a pesar de que cada paso se me hacia mas difícil, sentía como si caminara debajo del agua. Volví mi cabeza sobre el hombro derecho, y vi donde antes estaba yo, ahora estaba el hombre del traje negro que me veía fijamente y detrás de el una fuente de luz, quise correr en dirección contraria pero donde antes no había nada, ahora había una multitud que se agolpaba para ver alguna clase de espectáculo, donde el hombre del traje negro estaba. Quería correr, gritar, pero nadie me respondía, nadie me veía, no me dejaban pasar, caminar se hacía mas y mas difícil sentía como si pesara cada vez mas y mis piernas se fueran poniendo rígidas, no podía luchar más. Me di vuelta y allí estaba él, parado, a los pies de un cuerpo inerte que había sido arrollado por un autobús, me dirigí hacia donde se posaban todas las morbosas miradas, allí, estaba mi cuerpo, a los pies de aquel extraño hombre, que me miro irónicamente, esbozo una sonrisa y me dijo ¿nos vamos?, allí comprendí que no podía escapar mas a mi destino, por fin me había atrapado.
Fin